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CAPITULO 2 - MI EXPERIENCIAA principios del año 1996, estuve trabajando en una iglesia en Temuco, y con la experiencia ganada con anterioridad continué entregando regularmente los diezmos al pastor de esa pequeña congregación. En este lugar había un hermano recién convertido, su nombre es Jabín A. Hualacán F. (a él está dedicado el capítulo nueve de este libro), a quien yo conocía con anterioridad, solo que ahora nos encontramos en esta casa de oración, éste hermano se dio con todo al servicio del Señor, ávido de enseñanza aprendió el diezmo, que en forma inmediata puso en práctica, depositando el diezmo en un sobre destinado para este fin, el que hacía llegar con prontitud.En mi caso, (puede ser fuerte para el lector), yo traía mi propio sobre, resistiéndome al que era entregado en la iglesia porque consideraba que esta acción atentaba contra el amor y la forma anónima en que debía llevarse a cabo este acto. El que hacía uso de ese sobre se obligaba a anotar su nombre y la cantidad que diezmaba, y ya dije no era de mi agrado; el problema es que este sobre pasaba a veces por otras manos y no la del pastor. Debo hacer notar que al par de meses en ese lugar, el hermano Jabín y yo concordamos en que al momento de entregar los diezmos al pastor, este tenía una actitud muy despreciativa, hasta el punto que cuando esperábamos, un “Dios le bendiga” o “Siga cumpliendo su deber” o cualquier cosa que animara al diezmador a continuar haciéndolo con alegría y buena disposición, tomaba el sobre echándolo sin mas a sus bolsillos o desviando la mirada o simplemente mandándonos donde la tesorera, está demás decir que esto produjo un malestar en Jabín y en mi, aunque yo tenía mas experiencia que él, en el camino del Señor.A poco andar nos relacionamos mejor que nunca en el campo espiritual, y hubo tal apego que cada vez que el joven hermano tenía una inquietud, corría a consultarme. En la fecha que Jabín debía cumplir con su obligación de hacer entrega del sobre, siempre vi un rostro alegre, ansioso de cumplir el mandato bíblico.Siendo él comerciante en la feria libre, también tuvo gran preocupación de ser recto delante de Dios en apartar el diezmo, me hizo un comentario de cómo apartaba el 10%, a lo que con mi experiencia, compartida en el capitulo anterior, le indiqué una mejor forma de cumplir con esta obligación, hasta el punto de indicarle que cada vez que iba al baño público pagando el ingreso, no apartaba el diezmo de esa entrada la que era ocupada en su beneficio, ¡debiendo hacerlo! Si iba dos veces al día gastando $200, en el mes son $6000 y de esta cantidad corresponde dar $600 de diezmo. Está demás decir, que Jabín entendió la explicación, corrigiendo en forma inmediata el error en que incurría, (quizás lo encuentre farisaico) y por cierto, me produjo una gran satisfacción de que mi aporte fuese tomado con agrado.Estando en la misma congregación, en una reunión de miembros se tocaron varios temas, entre ellos sobre la economía de la iglesia, la posible adquisición de un sitio para la construcción del futuro templo y sobre el porcentaje de cumplimiento en la entrega del diezmo de parte de la hermandad; hubieron diversas opiniones, la mayoría hacía notar la mala situación económica por la que pasaban, por lo que no podían cumplir a cabalidad con la obligación del diezmo. Es entendible cuando los ingresos sufren una disminución, pero cuando se trata de un mandato bíblico, creo que por sobre todo está el Señor. Un hermano hizo uso de la palabra y dijo lo siguiente: “Bueno… como la cuestión de las platas esta mala, si damos la mitad del diezmo, el Señor entenderá, ¡Algo es algo!...”. Esta participación me produjo tal indignación, que le respondí al instante: “Mire hermano, el diezmo, significa el 10% de los ingresos que usted recibe, es problema suyo si usted entrega un 11%, un 15%, o un 30%... Dios pide el 10%, no menos, si usted le entrega un 9,9%, le está robando a Dios, ¡es un ladrón! así es que me parece increíble que usted hable con tanta soltura, y sin ningún temor”, debo reconocer que mis palabras no les hicieron ninguna gracia al hermano, que luego me tuvo por su enemigo, en esa ocasión recibí el apoyo de algunos de los asistentes y como es de esperarse, el repudio de otros, lo que se tradujo que en un corto tiempo intentó desvirtuar un tema que yo estaba entregando a la congregación, pero su actitud no me amilanó, mas bien, seguí adelante trabajando con mas entusiasmo, y cumpliendo con gozo mis obligaciones pecuniarias.El lector podrá entender la pasión que me movía en la defensa del diezmo.